Existen hombres
que le agradan a la desgracia. Charles Baudelaire con el ánimo de prologar
avienta los ojos del jurado a un hombre que parece tener el sello de la mala
suerte tatuado en la frente, y aparenta haber sido sacudido por el ángel del
mal. Hoy aquí arrojo ante el tribunal de la crítica o sensibilidad sentimental
a un personaje de colores fuertes y pesadillas en blanco y negro.
Lencho –el protagonista- viaja a New York, diez años
después regresa a Guatemala para reunir un grupo de artistas que expondrán públicamente
el arte en las calles. Hasta aquí –como se lee- podría tratare (premeditadamente)
de un sueño de arte romántico “pinta paredes” para expresar la rebeldía
antisistema opresor. Desde luego pecaríamos de una opinión ligera. Cuadrada.
Fugaz.
El grupo que reúne Lorenzo es la muestra clara que el
arte es un movimiento perpetuo de renovación, pues es un grupo de gente que
cree que el graffiti, el hip-hop, el baile, la poesía, tienen el peso de sobrepasar
la censura, la intimidación y la ignorancia. Todo esto lo combina Mario Rosales
en una escena de detalles estéticos que proceden de una visión imaginaria
anidada en su mente para volverlas real en una pantalla de cine.
Sin embargo, desde
la tarima Lencho se ve más complejo que el resto del colectivo, sus recuerdos
viajaron en su mochila ambulante no solamente de un país a otro, más bien
subrayan la connotación del poder que tiene “aquello que duele” para que sobreviva
no solo a la distancia sino que sea capaz de meterse en la máquina del tiempo y
llegar del pasado a alterar el presente con una resistencia perversa.
El director Mario
Rosales, -único culpable en este caso- le da un papel importante a la memoria
como esa “gran inquisidora” que azota de día y noche al protagonista que parece
huir del “spotlight” constantemente, como queriendo oficiar un rito artístico que
ahuyente las imágenes de su subconsciente.
¡Difícil tu
camino peregrino
y más difícil si no aceptas tu carga ambulante!
Digo, si bien el director pudo escribir un guión
justiciero donde la venganza nos mostrara sus máximos encantos, más bien se fue
por el lado contrario, utilizando el pequeño porcentaje de probabilidad al reivindicar
al artista (Lencho) en un rol de líder que al final de cuentas simpatiza con el
espectador porque es una víctima de leyes quebradas y sinvergüenzas que
castigan al que bien sirve, ahorcando con cadenas oxidadas (es decir, dejando
marca) el cuello que sostiene la cabeza de dignidad, que en este caso debería
ser aplaudido y laureado; algo que por supuesto, en un sistema corrupto y de
baja autoestima es mucho pedir.
Y esto se hace evidente en la película que
registra la mano pesada (y vaya que pesada) del rimbombante término “justicia extrajudicial”
que no es más que la violación hijueputa de un hijueputa que se cree con el
derecho de acosar, intimidar o llegar más lejos con un individuo que tiene todo
el derecho de reclamar lo que como ciudadano espera de las autoridades y como
ejemplo escribo la conversación que se tiene en la oficina del teniente sobre
Lencho:
“Este es el
hijueputa que anda organizando indios y mareros, Lencho es como le llaman. Su
verdadero nombre es Lorenzo Aguilar, revisé los archivos de los 70’s y descubrí
que el tata fue guerrillero, en tiempos del General Lucas hicieron la buena
obra de aniquilarlo”
Bueno, el diálogo
no es fácil de digerir, ni tampoco la manera educada que se espera de la autoridad,
una pequeña muestra de las columnas que sostienen ese castillo de corrupción. Suponiendo
que Lencho, señores del jurado (en este caso la suposición pasa a menos) se
sienta aniquilado por la muerte de su padre, perseguido por pesadillas y
atormentado por estar en la nómina de los impuros según la policía ¿no es acaso
admirable el valor el regresar a Guatemala?. La filmación nos da tira ese ‘guacal’
de agua a fría los que por motivos de la violencia decidimos no volver a
nuestros países y cortar ese hilo (cual vil ombligo) que nos une a nuestro
origen. Juzgo a Lorenzo Aguilar como ese visionario-artista que muestra el lado
invencible del arte que ante las tragedias ciudadanas, las tragedias de los
pueblos y las injusticias puede siempre sobresalir. El arte tiene eso, el arte
te saca de la tristeza, el arte te lleva fuera del círculo de opresión.
Los poetas por
ejemplo, tienen el poder de encontrar la sensualidad en un momento de persecución
ellos ven el mundo diferente a pesar que no se les “vela” las injusticias, es
decir, alquimistas de la palabra que convierten las maldiciones en el más
preciado oro. El director opta por el graffiti (quizá mal juzgado) y delega
responsabilidad a los personajes a que tiren la publicidad mercantil de las
paredes –como lo hizo Sansón derribando aquel templo pagano- y como emisarios
de justicia, pintar las paredes dando un escape visual a la comunidad,
parafraseando a Lencho sería “tenemos que sacar el arte de los museos como lo
hicieron los muralistas y dárselo al pueblo”.
El pueblo debe
nutrirse de arte, el mismo pueblo que dice “esto ya se no aguanta” merece una
relación con el artista, con el poeta, con el escritor, con el músico, con el
fotógrafo con el cineasta, pues ellos son capaces de mostrar el lado humano del
ser humano o aquello que el pueblo cree que ya no existe.
“Venganza vs
Arte” podría ser un buen epígrafe, después de haber visto la película vale la pena
reflexionar en cual equipo queremos jugar. No es fácil, ni es un tema rosa o
una copa llena de nada, al contrario, tendríamos que tener mucha madurez para
aceptar que como comunidad guatemalteca, no somos los únicos afectados de la
guerra, que en los archivos de la policía (como se ven en la película) hay
miles de expedientes que quieren ser leídos, estudiados, recordados.
Nuestros
muertos (son nuestros) nos pertenecen como guatemaltecos, no le pertenecen al
ejército ejecutor de la masacre. Ellos son parte de la memoria histórica y como
Lencho, cada uno tenemos un pedacito de esa memoria, debemos buscar la justicia
y como deber exigirla, pero el arte tampoco se puede caer. El director nos tiene
con la vista en la pantalla, nos dice que todavía hay persecución, que nuestras
autoridades están en pañales, que el General Lucas no hizo ningún bien, que él
fue uno de los emisarios del sicariato que sus blasones solo le dieron la
potestad de matar el cuerpo, que si bien dejó a gran parte de los guatemaltecos
hechos pedazos, están los otros, los que sus fusilen nos pudieron matar, los
que creen que el arte es posible en una tierra arrasada.
Y al ‘amén’ de
cualquier sermón repetitivo El Regreso de Lencho es una película que vale la
pena ver.
¡He dicho!
Les dejo el Trailer de la película:
Y este el sitio oficial donde pueden conocer más sobre El Regreso de Lencho aquí
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