Recibí una invitación para participar en un colectivo de
mujeres en el cual escribiríamos un texto sobre la mujer en la literatura.
Estuve varios días en un bloqueo mental y desértico, una cosa de locos. No
venía a mi mente un texto que explicara bajo mi punto de vista qué motiva a la
mujer a escribir o, en este caso, a ser parte de la literatura.
Tengo una amiga que lee las cartas, prepara pócimas, hace
conjuros, levita y muchas veces se hace invisible, así que la visité para que
canalizara la energía negativa que me invadía y producir algo positivo y, de
paso, llamar a algún espíritu errante con buenas nuevas del más allá.
Esa noche coincidía con Luna llena propicia para el
encuentro. Nos sentamos alrededor de la mesa; sobre la mesa un plato con agua,
un vaso lleno de sal, dos limones en cruz, dos velas blancas, un lápiz y una
libreta. Mi amiga pidió que rociara sal en el agua y lo hice; que insertara las
velas en cada uno de los limones y lo hice. Mientras, ella recitaba una oración
citando a todos los fantasmas de la literatura. “Si tienes fe”, me dijo, “todo
es posible.”
Poco a poco, la fe me fue abandonando: tenía tres horas de
estar esperando que una señal, un ruido en la puerta, una luz descendente, un
pellizco en la nalga, que se apagara una vela, qué se yo, cualquier indicio
fantasmagórico sobre el lugar. Nada apareció. Todo fue en vano.
Ella me dijo que mi pobreza de espíritu había alejado a los
entes, que a ella nunca le fallaban las sesiones y que nada podía hacer por mí,
que lo único que me quedaba era disculparme y declinar a escribir sobre la
mujer en la literatura. “Total”, decía mi amiga, “las mujeres solo saben hacer
poemas cursis”.
Esa fue la gota que derramó el vaso. Le di de bofetadas a
tal nivel que cayó inconsciente sobre el altar de las intercesiones, escupí su
rostro, le exprimí los limones sobre los ojos y me marché como lo que soy, una
dama.
Regresé a mi casa a las 2:15 de la mañana, cansada e
indignada. Con un sentimiento amargo, de desesperanza. No era posible que un
texto sobre la mujer no fluyera de mis entrañas, siendo que yo pertenezco al
gremio. Al gremio de las mujeres, por supuesto.
Mi posición económica va de mal en peor: en los últimos
meses me escondo del casero y ese pan enmohecido está por terminarse, lo que me
obliga a ir al bar de la esquina a emborracharme con ese aguardiente barato que
me hace olvidar el hambre y las penas de amor propio. Hoy no fue la excepción.
Después de la media noche comienzan a llegar los más extraños seres, esos que
jamás vemos a la luz del día. Parecen salir de las cloacas: hombres y mujeres
con toda clase de vicios e historias alucinantes que se igualan a los tomos de
la historia universal. Créanme.
Me senté y la mesa del bar estaba mojada, alguien había
derramado cerveza. La sequé con la manga de mi abrigo, una mujer puso unas
monedas en la rocola y la canción Me and Bobby McGee comenzó a sonar. Esa voz
aguardentosa y hermosa de Janis Joplin cantaba "freedom's just another
word for..." pero fue interrumpida por alguien que tropezó con el cable de
la electricidad que daba vida a la rocola. Quedó todo en silencio, abucheos,
carcajadas que expedían olor a diesel, un ambiente nauseabundo y bastante
sombrío.
Una mujer me llevó la botella de aguardiente, un vaso
pequeño y un salero, y al rato regresó con una botella de chile que azotó sobre
la mesa.
Me serví el primer trago, que atravesó mi garganta como un
alambre de púas. Esta noche el líquido sabía diferente. El segundo fue peor e
iba largarme de ahí pero al levantarme sentí el alcohol circulando en mi
sangre, del estómago hacia arriba, pasó por mi nariz y luego se regó en mis
sienes palpitantes. Intenté servirme otro trago pero se derramó en la mesa, no
en el vaso. Bebí directamente de la botella hasta quedar en un estado de
embriaguez que poco a poco me hizo olvidar los sinsabores de la vida. En ese
momento una figura extraña se formaba frente a mí, primero transparente y luego
corpórea, tomando forma humana y de pronto... ¡Una mujer!
Ahí estaba, ahora era visible: ella puso un cigarro en mi
boca, aspiré el humo tan profundamente que al exhalar mi visión tenía tanta
claridad como nunca antes. En ese momento vi a mi alrededor: mujeres hermosas,
mujeres brindaban y reían. En unas mesas recitaban poemas y en otras citaban a
los filósofos y debatían sobre los clásicos de la literatura. Podía escuchar de
cada una de ellas las verdades más elementales de las letras. ¿Qué era esto?
¿Qué diosas estaban frente a mí?
La mujer se sonrió ante mi asombro y preguntó: “¿No era esto
lo qué buscabas?”-Le contesté que sí, que había tratado de buscar en vano algo
que escribir sobre el rol de la mujer en la literatura, que había leído a
muchas mujeres pero que no sabía como explicarlo. Malinterpreté una burla en su
mirada. De pronto la reconocí y un escalofrío invadió mi cuerpo: no podía ser
real lo que veía. Ante mí una de las escritoras que más he admirado, con su
cabello gris, sus manos largas y fuertes que cubrieron las mías, me dijo que
había venido a ayudarme. Supe que era imposible haberla visto cara a cara: o yo
estaba muerta o ella no era real. Su carcajada hirió mi autoestima, mientras me
explicaba que las grandes escritoras son inmortales, que basta con llamarlas y
ellas acuden en cualquier momento. Saqué mi libreta, le conté lo que necesitaba
hacer este fue el diálogo que sostuvimos.
Gabriela Mistral y La Filistea.
GM- Acudo todas las noches a este bar a escuchar a las
poetas, narradoras y ensayistas. Cada una tiene una fuente de información
valiosa que pasarán a las generaciones. ¿Ves la mesa azul? Allí se sientan las
poetas, son agudas y silenciosas. Observan, absorben el mundo despacio, a pesar
que este da vueltas rápidamente. Nunca las verás detenerse, hacen coincidir las
letras como los colores del cubo de Rubik, por más desordenadas que estén. Sin
ellas el mundo no tendría magia. ¿Ves aquella mujer que parece un gato, que
camina sigilosa y elegantemente como pisando la seda? Es Vania Vargas, acércate
ahora y lee en voz alta lo que está escribiendo, porque ahora ella no puede
verte.
LF- Gracias maestra, de no haber sido por usted jamás
hubiera descubierto el secreto de Vania, ella escribió esto: Escribo por
imitación, porque la niña que fui quería ser escritora como su tío, y más
adelante como muchos otros. Escribo porque me gusta que me cuenten historias y
porque me encanta pensar que yo podría tener una buena historia que contar.
Escribo porque lo que tengo que decir está detrás de las palabras que pueden
salir cuando abro la boca. Escribo porque me cuesta hablar. Escribo porque, si
Octavio Paz tenía razón y somos seres de palabras, si no lo hago podría llegar
a explotar. Escribo porque no se me ha muerto el asombro, porque me gusta
pensar que soy una cronista del mundo interior y exterior que me tocó vivir.
Escribo como el náufrago que lanza bengalas desde su isla desierta, en espera
de que alguien, en algún lugar, piense que en medio de la vasta oscuridad hay
otra vida. Escribo porque voy camino a la muerte y quiero quedarme un poco más.
Escribo porque todo el tiempo hay demasiado ruido, demasiadas voces: la gente,
los medios de comunicación, los libros; escribo porque es la única manera que
tengo para escucharme con atención.
GM- Ves, ahora ya tienes material para escribir sobre las
mujeres en la literatura. Como ella hay muchas, pero no todas vienen a este
bar. Déjame te enseño algo más. ¿Ves la mujer que viene entrando? Ella siempre
llega a esta hora, se llama Denise Phè-Funchal. Pide lo mismo de beber y no habla
con nadie, excepto con los astros que le dicen su futuro. Ahora viene para acá,
no te preocupes, ella tampoco puede verte. No quites la vista de lo que escribe
y cuéntame por favor, que mi vista no funciona bien en la oscuridad.
LF- ¡Ya lo tengo! Ella ha escrito lo siguiente: escribir es
un acto temerario, no por el hecho de que te expongás al mundo, si no porque te
exponés ante vos misma antes que frente a los demás. Escribir es un acto de
valentía porque sabés que no podés mentirte, que sos vos ante lo que te gusta,
ante el arte, ante la capacidad creadora, ante los maestros que has leído y a
los que les debés respeto, como respeto le debés al oficio... ahora... por qué
escribo... porque me permite mantener la cordura, porque es la única forma de
defenderte de la realidad, al menos la única forma que yo he encontrado.
Escribir se convirtió en una forma de interpretar la realidad que me rodeaba y
de intentar entender los motivos de los otros, sus sentimientos ante sí mismo y
ante el mundo, primero en el colegio y luego en la enormidad del mundo.
GM- No olvides Filistea, admirar y respetar a cada una de
las mujeres que se encuentran en este bar, de primera mano vas conociendo los
motivos que las llevan a escribir, como ellas, muchas más que no me alcanzaría
esta noche para nombrarlas. Cada una con un sello sobre sus cabezas que las
hace embajadoras de aquello que solo puede ser dicho de forma escrita.
LF- Maestra, me siento privilegiada, muéstreme a las otras,
quiero conocer más detalles.
GM- Pronto amanecerá, más vale que recuerdes cada palabra y
que las sepas transmitir, de lo contrario no volverás a verme. Acércate a la
barra, ahí vas a encontrar a otra mujer que escribe desde los 5 años, que tenía
miedo de proclamarse escritora, que usaba otros nombres. Un día arrugó un papel
y lo tiró en la basura, lo recogí y ahora te lo doy, harás bien si lo lees.
LF - Escribo desde los 5 años, yo dormía con mi hermana en
un cuarto del otro lado del patio y ella moría de miedo, así que yo le contaba
cuentos, cuando aprendí a leer leía cuentos para poder contarle pero a ella le
gustaban los que yo le inventaba así que mi primer "libro de cuentos"
fueron unas recopilaciones para ella que tenían más dibujos que texto. Yo
guardaba mis cuentos porque la gente que los leía no los comprendía, el primer
premio que gané a los 16 años no lo firmé con mi nombre sino con el de mi
"novio" y el ganó.
Escribo porque si no lo hiciera estaría loca, o suicida,
necesito expresar, y a veces usar otros nombres para decir es útil, permite
salir de sí misma sin sicotisarse.
Sigo escribiendo, para calmar a mi niña interior que tiene
miedo. -Patricia Cortez-
GM- Es hora de irme, si vienes mañana prometo que verás a
otras y así todos los días hasta que no quede una sola escritora sobre la
tierra...
Amaneció y la embriaguez me dejó la boca seca y pegajosa. No
supe como llegué a mi casa, no supe si lo que viví fue cierto, aunque mi
libreta tiene muchos textos que por ahora es imposible transcribir. Tengo
material suficiente para escribir acerca de La Mujer en la Literatura. Lo haré
desde la calle, bajo algún puente, sobre una banqueta con olor a orines, sobre
una estación de tren, bajo el frío de la nieve, en la banca de algún parque en
cualquier lugar menos en esta casa, pues el casero me ha dejado una nota de
desalojo irrevocable:
"¡Váyase a la mierda!"
4 comments:
Hell ooo gorda ! Sin afan de faltar al respeto ,pero debo decir que esta vez si me siento realmente orgulloso de lo que escribiste , me parece un gran trabajo de principio a fin , muy vivido , real y conciso . gran trabajo de verdad !
Saludos desde la ciudad irreal.
Harmana, buen texto, me he cagado de la risa y quisiera conocer ese bar para poder comunicarme con los astros ;)
qué buena fumada, maestra, excelente. Espero con interés las nuevas entregas. Saludos!
Vos, primero que todo, que "rebonitio" sentí cuando vi que sigo siendo tu hermana de ombligo, y segundo, que gustazo me da el ver que seguís escribiendo.
Te deseo lo mejor y mil veces más!
Alecksya.
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